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Erbló de Paco Rebolo... la última frontera.

EL MAL KARMA

Dicen que existe una cosa llamada Karma.  Que no es pronunciar un sinónimo de tranquilidad de modo descuidado sino algo así como una herencia casi eterna, reencarnación a reencarnación, de forma que “De acuerdo con las leyes del karma, cada una de las sucesivas reencarnaciones quedaría condicionada por los actos realizados en vidas anteriores.”

Y por qué extraña razón digo esto, pues porque hace unos días, en plena tormenta tuve que acercarme a San Pablo de Buceite, y, oteando el paisaje me paré a observar la vía del tren y no pude menos que caer en la cuenta de que, si pensáramos que estábamos a mediados del siglo XIX esa vía no desentonaría nada en absoluto. Pero nada. Sólo faltaban dos o tres bandoleros a caballo para el tema ambiente.

Es decir no ya AVE, Talgo o similar, sino dos raíles de juguete para un tráfico de Champions League.

A partir de ahí, no pude por menos que pensar en la cantidad de muertos que tuvieron que transcurrir hasta ser dignos de una Autovía que enlazara con la Autopista a Sevilla.

Y en los atascos sempiternos de Tarifa, ciudad de viento, playas y atascos. Ni en lo que cuesta salir hacia Málaga salvo que te quieras perder en las rotondas, ese paraíso de los fabricantes de compases.

Y en éstas que sale mi vena reivindicativa y sigo dándole vueltas al magín y caigo en la cuenta de que tenemos, tan sólo en el plano turístico, dos focos de primer nivel mundial (Tarifa y Sotogrande), dos Parques Naturales aún por explotar, 15 millones de campos de golf, más o menos, campos de polo, 3 castillos visitables, 2 yacimientos arqueológicos de primerísimo nivel… En el plano industrial, el primer polo industrial de Andalucía, en el plano logístico uno de los puertos más importantes del mundo (entre los 100 primeros); en tráfico de pasajeros ni contarlo (recordemos, tenemos otro continente a tiro de piedra).

Y nos guste o no, una frontera ahí al ladito con la que tenemos la costumbre de hacer el ridículo por una parte y por otra. Sin banderas de por medio.

Es decir, como para pensar en que una situación así generaría una apuesta decidida de quien corresponda (¡qué socorrido eufemismo!) en la firme convicción de que esto es locomotora y no vagón de cola.

Pensemos en términos de inversión, no de gasto, porque estaremos en crisis (¿quién lo duda?), pero se sigue gastando en otros puertos, se siguen construyendo carreteras y, sobre todo, modernizando vías de tren para facilitar el tránsito de mercancías que demanda el mercado. Entonces, la pregunta obvia es ¿y por qué aquí no?

Yo no tengo la respuesta o, al menos, no quiero pensar en un escenario en que las posibles repuestas pasen por imaginarnos un entorno de sesudos y sesudas personas (de hoy, de ayer y de todos los tiempos, ausentes las siglas y firme el ademán), dirigentes de alto standing, que entienden y han entendido las apuestas por el Campo de Gibraltar como un envite en contra de otras ciudades cercanas y algo más capitalinas (algo así como la estúpida pretensión de ser el tuerto en el país de los ciegos, defecto en el que suelen caer los pésimos estrategas y de los que tenemos tan abundantes ejemplos).

O quizás ocurra que esos jurdeles sean estúpida moneda de cambio para contentar a otros que ven lo de aquí abajito como un competidor a exterminar.

Ni siquiera me importa de qué color sean los que no hacen, ni el color de los que han dejado de hacer;  lo verdaderamente terrible es que más de una docena y de dos tendría que revisar sus conceptos básicos de macroeconomía y entender que para salir de una crisis hay que invertir en lo que genera riqueza y para crear riqueza hay que invertir en lo que va a generar más riqueza. Y de eso queda muy poco en esta nuestra España y lo que queda se desprecia en lo que a nosotros se refiere. Qué pena, ¿no?

En definitiva y por retomar el enunciado del principio e irnos algo hacia lo místico, no quiero ni pensar en lo malos que han tenido que ser nuestros ancestros campogibraltareños para que, después de tantas generaciones, sigamos anclados en las mismas carencias, asediados por los mismos fantasmas y abandonados a nuestra suerte, o casi, vez tras vez.

Maldito Karma.

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