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Erbló de Paco Rebolo... la última frontera.

ESPARTA, LOS ESQUIMALES Y LAS ONGs

Personalmente entiendo que la madurez de una sociedad se mide, sobre todo, por la atención que presta a los colectivos especialmente desfavorecidos. Esos a los que nunca queremos pertenecer y a los que solemos disfrazar con epítetos de lo más diverso y cambiante.

Pensemos que a las personas con discapacidad (y entendamos aquí “discapacidad” en un sentido muy amplio) se les ha tratado de manera casi inhumana a lo largo de la Historia y que sólo en épocas recientes se ha comenzado a dignificar su existencia. Por poner ejemplos, en Esparta a los discapacitados se les despeñaba desde el monte Taigeto. En la Antigüedad, tanto en Asia como en Egipto, se les abandonaba en desiertos, selvas o bosques. En la Edad Media la discapacidad se consideraba un castigo divino con lo cual a la sociedad le resultaba muy fácil desvincularse de estas personas y dejarlas sin atención alguna; y además quienes mostraban esta actitud quedaban bien con su Dios.

En la actualidad, y centrándonos en lo más cercano y conocido, nuestra sociedad se ha caracterizado por favorecer la creación de un tejido asociativo fuertemente comprometido con las necesidades de los colectivos más desfavorecidos. De delegar en ONGs lo que la Administración tenía la obligación de realizar pero que por incapacidad o por ser tareas muy vocacionales, prefería que fuera desarrollado por otros que además lo hacen a un coste económico notablemente inferior. Así hemos asistido al nacimiento y desarrollo de entidades con un calado tan impresionante que cuando el apoyo obligatorio falle, y ya está fallando y a lo grande, van a caer de manera irremediable y, lo peor de todo, van a dejarnos huérfanos de esas atenciones a las que no hemos dado importancia mientras se prestaban. Y entonces será el llanto y el crujir de dientes.

Cuando dentro de unos años analicemos con más y mejor perspectiva qué han hecho por la sociedad campogibraltareña (me centro en lo que conozco) entidades sin color político alguno como Alternativas, Márgenes y Vínculos, Barrio Vivo, Asansull, Fegadi, Feproami, Victoria Kent, y tantas que ahora olvido mencionar, observaremos con estupor que han sido cimiento para que nosotros los adictos a drogas, nosotros los alcohólicos, nosotros los niños en desamparo,  los que tenemos discapacidades intelectuales o los que ya ni nos podemos ponernos en pie por los estragos del SIDA hayamos tenido la oportunidad (quizás la única de nuestra vida) que desde otros ámbitos no se nos ha dado. Ahora despeñamos a los niños de acogida, a las víctimas de la drogadicción, a las víctimas de violencia de género, no por el monte Taigeto, pero sí por el abismo de la indiferencia y el descuido institucional porque, no nos engañemos, para atender estas necesidades son necesarios hombres y mujeres extremadamente comprometidos y aun más preparados, con esfuerzo, dedicación, voluntad, tesón y que tienen la costumbre de comer ellos y sus familias. Un defectillo como otro cualquiera.

Algunos dicen que en este ámbito hay más de un vividor. Por supuesto, y en el de los peones camineros,  en el de los deshollinadores y en el de cazadores de bisontes. Pero esto no puede ser motivo para hacer tabla rasa y meterlos a todos en el mismo saco, porque ese “argumento” se usó para el co-pago en las medicinas  (en realidad es repago o multipago) y así nos va. Si hay fraude se detecta y se extirpa el tumor, no se mide a todos por igual. Castiguemos al que la hace, no al que lo hace bien.

Y cada vez estamos más cerca del punto de no retorno no para quienes prestan esta atención, que no dejan de ser sino meros instrumentos de una sociedad necesitada de esas vocaciones, sino para esas otras personas anónimas que no tienen amparo en ningún otro lugar. ¿Estamos seguros de que eso es lo que queremos? Porque los Presupuestos de las distintas Administraciones van en ese sentido y eso sí que no tiene vuelta atrás. Y esto sólo indica que los Padres de la Patria están apostando por una atención meramente asistencial (que tampoco podemos dejar de lado) y olvidando el modelo actual con resultados a la vista en el que se trabaja en la prevención la integración y la inserción sociales.

¿Vivimos en una sociedad que no quiere combatir el racismo, que no quiere integrar a las personas con discapacidad intelectual, que quiere abandonar a los niños y niñas que han sido previamente abandonados, que quiere dejar morir a sus enfermos si la enfermedad está suficiente y probadamente estigmatizada? ¿Así es de verdad nuestra sociedad?

En este punto recuerdo una costumbre en determinados tribus de esquimales que cuando la necesidad apremia de manera salvaje adoptan una curiosa forma de suicidio (o sacrificio en bien de la comunidad) por parte de los ancianos y los menos aptos,  que consiste en aislarse en un témpano de hielo y morir de frío o devorado por un oso, lo que ocurra antes.

El problema es que por aquí últimamente los témpanos de hielo los hemos echado en los gintonics  y los osos tuvieron que emigrar hace mucho.

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