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Erbló de Paco Rebolo... la última frontera.

¡Oh Capitán, mi Capitán!

Así y no de otra manera debo comenzar mi primera colaboración en este medio llamado a grandes gestas periodísticas y de opinión (aunque no necesariamente en ese orden). Por consiguiente quiero empezar parafraseando al poeta estadounidense Walt Whitman (que no a la escena del “Club de los poetas muertos” ya que mi visceralidad me impide alabar a un “actor” como Robin Williams), en su elegía por la muerte de Abraham Lincoln (poema completo por ejemplo en: http://www.apoyolingua.com/comentario/ohcapitan.html) y no de otra manera.

Al leer el poema es inevitable aplicar una hermosa analogía entre capitanes y adivinar que una mente preclara como la del inmarcesible líder de todas las Españas ha analizado de manera exhaustiva la situación por la que atravesamos, las medidas que se nos imponen y los sacrificios que debemos afrontar (él y los suyos, sin duda merecidamente, están exentos para mayor gloria de nosotros los simples humanos).

Es, sin ningún género de dudas una travesía largamente planificada en la que todos, absolutamente todos los rumbos han sido trazados en el plano, en los mapas y en las neuronas de “aquel que ocupa el lugar de la divinidad junto a Brahma”. No puede habérsele escapado cómo quedan la miríada de desahuciados, los pobres de solemnidad y las familias antaño acomodadas (hipoteca  e hijos estudiando como modelo de insolencia). Y el horizonte sin duda le ha gustado ante la insistencia de su Divina Sabiduría en el envite. Y es que la travesía es la travesía, unos en yate y otros en hidropedal, pero travesía al fin y a la postre.

Y en ese análisis y contemplación de la situación marcados a fuego por la Frau y sus bancos, por tecnócratas, economistas y sesudos inversores a corto y a la baja en busca de un paraíso perdido de ignotas primas de riesgo y euríbores escondidos detrás de la mata, hállase nuestro Capitán al timón de aqueste barco que es también el nuestro pero algo menos en términos estrictamente matemáticos.  Mientras tanto, la realidad (ese vulgar mundo paralelo) sigue absurdamente empeñada en errar y tomar el camino equivocado pese a las indicaciones tan sabiamente desparramadas por el Elegido de los Dioses del Inframundo.

En esta ardua singladura deben resonar en sus sacrosantos oídos los versos del insigne poeta:

¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las campanas;

 Levántate, para ti flamea la bandera, para ti suena el clarín,

 Para ti los ramilletes y guirnaldas engalanadas, para

 ti la multitud se agolpa en la playa,

 A ti te llama la masa móvil del pueblo, a ti vuelve sus  rostros anhelantes;

 ¡Ea, Capitán! ¡Padre querido!

Trémulo de emoción debe imaginarse a sí mismo salvando escollos, ganando los premios codiciados, llegando a puerto con el gozoso pueblo anhelante del misterio de su ADN, de su sempiterna barba  a medio hacer y de la belleza de su rostro (¡Pero qué rostro, Zeus bendito!).

Y donde escribe “para/ti la multitud se agolpa en la playa,/ A ti te llama la masa móvil del pueblo, a ti vuelve sus  rostros anhelantes” que a nadie se le ocurra pensar en los mineros del norte ni en hordas de indignados ni en insolentes pidiendo pan y techo, no, ni siquiera en absurdos yayo-flautas de pensiones como chicles. Es, simplemente, el clamor de la admiración, del reconocimiento, del saberse frente a la Historia hecha gallego.

Al leer el poema, sobre todo en los versos que dicen aquello de:

“Mi Capitán no responde, sus labios están pálidos e

 inmóviles,

 Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso, ni

 Voluntad”

encontramos, sin temor a equivocarnos,  la explicación a su voz apagada, su mirada distraída y su gesto como ausente; como princesa transida por un  romántico vahído. No es que haya anulado el Debate del Estado de la Nación ni que calle ante la canallesca prensa ni que no dé explicación alguna por desidia, dejadez, estulticia, incapacidad, inutilidad innata o sobrevenida, error en sus conexiones sinápticas o problemas con el antivirus… ¡No! Es que su cita con el destino es callar, morir lánguidamente para resucitar como Ídolo eterno, como Tótem inmaculado, como el Supremo y definitivo Prócer de la Patria. O, en versión ligeramente más prosaica, algo así como Batman, el Capitán América y Radioactivo Man todo junto y con un toque de batidora o Thermomix.

Absurdo es, por otra parte, que busquemos redondear la analogía reclamando que en el caso que nos ocupa, no se ha rematado la faena con eso de “El navío ha anclado sano y salvo; su viaje, acabado y/ concluido,/Del horrible viaje el navío victorioso llega con su/ trofeo”. Es pedestre una pretensión similar. ¡Y tan prosaica! Nuestro amado Faro tiene una cita con la Historia, en mayúsculas y a largo plazo, no con mesas vacías, techos ausentes y desnudeces procaces.  Es lo que hay.

Por último, el remate del poema no ha estado exento de agrias y deslucidas polémicas puesto que la redondez pergeñada con:

“¡Exultad, oh, playas, y sonad, oh, campanas!

 Mas yo con pasos fúnebres,

 Recorro la cubierta donde mi Capitán

 Yace frío y muerto.”

Ha sido denigrado por la pretensión de algún heterodoxo impúdico y cantamañanas que propuso una traducción algo diferente para los dos últimos versos cercana a “Recorro la cubierta donde mi Capitán yace y me cago en tós sus muertos”, pero ya se sabe que no hay que hacer demasiado caso a los heterodoxos que luego manchan. Y en cualquier caso ¿cómo el poeta iba a ser capaz de adornar con tamaño exabrupto la memoria de su idolatrado Abraham Lincoln?

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