EL MONOPOLY
Estaba yo últimamente recordando mis múltiples pasados, esos de bollitos bilbaínos, autobús al Rinconcillo, cambio de novelas en lo de Antonio y gaseosas en el cine España como máxima manifestación del placer humano, cuando caí en que en algunos momentos en los que no estaba en la calle dibujándome mapas en las rodillas de todos y cada uno de los baches de la calle (¡y mira que había!) había veces en que jugaba con los amigos al único juego prohibido durante muchos años en la antigua Unión Soviética: el Monopoly.
Y como soy de intentar extraer lecciones de lo ya vivido, de hacer analogías y de procurar aplicarlas, me empeñé en recordar la dinámica del juego y sus posibles implicaciones en nuestra actual situación… y vaya si las hay.
Lo importante es que en el susodicho entretenimiento sólo uno gana. Y esa victoria no es a los puntos, es por aniquilación. Además cuando alguien se destaca en la partida es imparable la victoria; en ese momento la única gracia del juego consiste en observar cómo el líder va acumulando de manera inexorable casas, hoteles, servicios básicos y hasta gobierna en la cárcel y en los impuestos y apreciar poco a poco los cambios en su rostro, cada vez más afilado observar su mirada vidriosa, la avaricia a flor de piel… ¿de qué me suena todo esto?
¡Ah, sí! De los Bancos. Han jugado su partida de Monopoly particular con todos nosotros y van ganando destacados. Han cobrado parte de las hipotecas, recuperan por una ridiculez la totalidad de la propiedad que ellos mismos han tasado en una cantidad seis o siete veces superior, sin responsabilidad alguna. Te funden a comisiones (ante las que no puedes hacer nada), son refugio de políticos inútiles y caldo de cultivo de corrupciones de las de 10 millones de euros la tirada, no de las de robar dos bocadillos y entrar en el talego sin pasar por la casilla de salida. Además, socializamos sus pérdidas, les pedimos créditos con el dinero que previamente les hemos dado y nos encontramos con esas caras afiladas y esas miradas vidriosas. Han engañado, estafado o timado que vaya usted a saber cuál es el término jurídico correcto, de manera sistemática e institucionalizada, que ahí están miles de familias para atestiguarlo y unas preferentes que valen para envolver bocadillos y para que algunos se hayan forrado el riñón para dos o tres eternidades más o menos.
Y lo peor de todo, al amparo de una Ley del siglo XIX (de las pocas que quedan en vigor de esa época) sus deudores –cualquiera de nosotros- acaban convirtiéndose en personas sin presente ni futuro, en algo parecido a esclavos modernos que además escuchan el tan manido soniquete de que “han vivido por encima de sus posibilidades” (que no digo yo que alguno no haya hecho, pero no hablo de lo particular, sino de lo general). Ciudadanos sin acceso a eso que eufemísticamente se denomina en nuestra Constitución como “derecho a la vivienda” y sobre los que ha caído algo parecido a una maldición bíblica porque pagan ellos, sus padres y seis o siete generaciones más de propina.
Afortunadamente el gobierno ha recurrido ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos nuestra actual Ley Hipotecaria por, entre otras cosas “violación de derechos y privación de justicia”, “indefensión del hipotecado” y "prácticas abusivas a nivel financiero" entre otras lindezas. Y alguno podría entender que sería mejor que modificaran la Ley que para eso tienen esas atribuciones y no recurrir ante un Tribunal que lo mismo tarda años en resolver, pero es que no he citado un pequeño detalle: ese Gobierno preocupado por sus ciudadanos y de los españoles por extensión es el Gobierno de Ecuador.
Otra lección de buen entendimiento y mejor hacer de un país amigo que tiene un Presidente (Correa) que le ha dado la vuelta como un calcetín a su país (entre otras cosas limitando el poder y las funciones de la Banca) y que en una reciente conferencia en España pronunció una frase con la que, por lapidaria, termino este artículo: “Otro mundo es posible, otra Banca es imposible”.
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José Luis -