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Erbló de Paco Rebolo... la última frontera.

DOS RODABALLOS Y UN DESTINO

Estaba el otro día retozando en casa cuando me llamaron al móvil (maldito artilugio) y mi amigo el pequeñín me comentó que en la Plaza de La Línea vendían  Psetta maxima o Scophthalmus maximus a 20 lirios el kilo en canal. Como es lógico, inmediatamente le dije que o lo compraba o perdíamos las amistades (Yolanda también le azuzaba por detrás, que conste) y que ya veríamos la forma o manera de hacer justicia a un bicho con un nombre tan feo. Porque, entre otras cosas, pensad que lo normal es que a un nombre tan horroroso corresponda un manjar en extremo apetecible. En nuestro caso, rodaballo. Y además, no era de vivero, sino salvaje. Y es que con estos bichos pasa como con la lubina, que nunca está mal la de vivero y ración, pero que donde esté la salvaje con una grasita tan peculiar a la par que sana, que se quiten las demás. Al final nuestro nuevo amigo aportó 3 kilos y medio de ambrosía.

Así que allí estábamos David, Yolanda,  Juan, M. Carmen, Reme y yo en comandita ante el Alien y obviamente no aguantamos más que un día para prepararnos en santa devoción a una deglución inaplazable. En estos casos, lo mejor es no estropear sus sabores naturales,  con lo cual las mejores alternativas son horno o parrilla. Horno por convicción. La preparación es bien simple, sólo hay que limpiar el buche, tarea simple y mirarlo fijamente a los ojos, para medirnos antes de la batalla. Se limpia con un pañito húmedo, no tiene escamas ni falta que le hace.

Como la parte más insípida es el referido buche, le incorporamos unas rodajas de limón y un poco de mantequilla (nada de margarina ni sucedáneos) en su interior y, si acaso, algo de perejil. Sólo eso.

A quien se le ocurra hacerle rodajas en los lomos a cualquier pescado que pese menos de 150 kilos, que sepa que está matando casi todas sus texturas y resecándolo innecesariamente. Así que, sólo algo de aceite por el lomo y al horno a hacerse solito. Al principio, claro. En esa tesitura estuvo nuestro compadre unos 20 minutos a 180-200 grados, que fue cuando decidimos incorporarle algo de líquido, en este caso cava, alguna rodaja más de limón y algo de mantequilla adicional. Vale vino blanco, ron, whisky, cerveza, etc., y podríamos seguir hasta que los de Alcohólicos Anónimos nos reprendieran severamente, así que paramos.

Obviamente, como guarnición valen patatas en el mismo horno, cebollitas, tomate, etc., eso ya queda al criterio de los zampadores. Nosotros las hervimos con su piel y luego las cortamos a rodajas y las freímos para aprovechar toda la hermosa salsita que quedó y que se puede reducir para mejor apariencia. Para terminarlo, cuando se advierte que está en su punto, es decir, nunca reseco, hicimos una picada  con ajo muy finito, perejil y pan rallado, se lo echamos por lo alto y lo pusimos a gratinar un minuto o dos. La apariencia es excelsa do las haya. Y el sabor …….. mmmmmm………Sólo queda limpiarlo teniendo en cuenta que la parte de las espinas y la cabeza son lo más exquisito y con mucha diferencia, aunque cuesta más sacar la carne, pero lo bueno cuesta.

Lo curioso es que me he tirado como año y medio sin probar rodaballo, y, de repente, tras este festín,  a los dos o tres días me llama un amigo para tomar algo, vamos a comer y, cómo no, se le ocurre pedir otro rodaballo, de más modestas proporciones, pero rodaballo al fin y al cabo. Así que fueron dos de su especie contra mí, pero con un destino predeterminado, acabar en anécdota y compartir digestión.

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